La tercera parte de las mujeres que son madres en Colombia están solteras y son jefas de hogar, según la Encuesta Nacional de Demografía y Salud del año 2010. Se sabe, como lo dijo a FUCSIA el investigador del Instituto de la Familia de la Universidad de La Sabana, Andrés Salazar, que a mitad del siglo XX se presentó un fenómeno alrededor del mundo que tenía como eje el ‘madresolterismo’, que se explica “por la autonomía económica que le dio a la mujer el ingreso al trabajo por fuera del hogar y el cambio de imaginario que hubo respecto a la posición del padre en el interior de la familia, quien dejó de verse como único proveedor”. Pero el fenómeno en Colombia es a todas luces distinto.

En el país, según el artículo del DANE Ser mujer jefa de hogar en Colombia, las relaciones de poder entre géneros no se equilibraron dentro del matrimonio, por lo cual es más factible que una mujer se apropie de la economía de los suyos “cuando no existe un cónyuge que esté presente”. Así que cabría preguntarse: ¿Qué tanto de feminismo tiene el ‘madresolterismo’ en Colombia?, ¿qué tanto de irresponsabilidad social y familiar?, ¿qué tanto de desigualdad?, ¿qué tanto de guerra?

Las cifras nacionales son preocupantes: solo el 8,4% de estas madres solteras tiene un nivel educativo profesional, lo cual hace que la mayoría recurra a trabajos mal pagos como el servilismo, y el 31% vive en condición de extrema pobreza, según cifras del Departamento de Prosperidad Social (DPS). Estamos hablando de que de doce millones de mujeres que forman parte de la fuerza laboral en el país, tres millones están solteras y deben afrontar, como lo demostró el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en Colombia (PNUD), una situación de penuria mayor que los hogares en los que la economía recae sobre el hombre. 

No es que FUCSIA le apueste a la pareja tradicional ni al matrimonio, más bien queda claro que no les estamos entregando herramientas suficientes a aquellas que quieren sostener a los suyos de forma digna. Es conocido, por ejemplo, que las empleadas de servicio se internan en casas ajenas durante meses, que se separan de sus hijos para poder –paradójicamente– mantenerlos, que no los ven sino cuando tienen vacaciones, solo una vez al año. Conociendo que el ‘madresolterismo’ es 80% más común en las zonas urbanas que en las rurales, según cifras del DANE, es válido también preguntarse si no estamos ante un desplazamiento masivo de mujeres que deben dejar sus pueblos para ir a trabajar a las ciudades.

Respecto a este panorama, Salazar, quien fue parte del estudio World Family Map 2014, asegura: “Es sumamente positivo para la sociedad la mayor participación laboral de la mujer, principalmente de aquellas que hacen frente a su hogar. Pero es claro que son pocas las madres que son cabezas de familia por decisión propia, así que entramos en una faceta social que requiere de una atención especial de parte del Estado”. Y el Estado, sí, tiene su jurisprudencia a la hora de hablar sobre las madres cabezas de familia –por ejemplo, ellas tienen acceso preferencial en los establecimientos públicos de educación y apoyo a la hora de comprar viviendas de interés social–, pero quizá por desinformación, desinterés o falta de gestión, las leyes parecen quedarse cortas. Esto se ve cuando se estudia la historia de aquellas que han sido desplazadas por el conflicto armado y que han tenido que asumir la jefatura de su hogar: un total de medio millón de mujeres en la última década. Según la ACNUR, las desplazadas enfrentan “dificultad para encontrar empleos estables, bajo acceso a servicios básicos, y continuo riesgo de violencia sexual y de género”; además de tener que vivir con menos de cuatro mil pesos al día y de cuidar en promedio a cinco hijos.

Existen, sin embargo, valientes organizaciones como la Liga de Mujeres Desplazadas, que tiene como centro a comunidades de mujeres víctimas que aún luchan por su bienestar y el de sus hijos. En el caso de La Liga, fundada por Patricia Guerrero en el año de 1997, se instruye a las mujeres en temas de género, de derechos civiles, de la posibilidad de restitución y reubicación de vivienda. El proyecto ha tenido tal fuerza que ha logrado la adquisición de cien casas para estas madres que tienen, según Guerrero, cuatro puntos en común: “El control de su voluntad, la intromisión en la vida familiar, la violencia sexual como una constante y la absoluta falta de presencia del Estado”. “La guerra –agrega Patricia– ha dejado una enorme cantidad de viudas. El nivel de pobreza de las desplazadas es tal, que en vez de ser cabezas de familia son cabezas de miseria. Decir que ellas pueden responder económicamente es un eufemismo. Estas mujeres han hecho todo por sobrevivir y esa es la parte feminista en ellas: se han empoderado a pesar de la violencia; han regenerado el país a través de la resistencia. En medio del proceso de paz, me pregunto: ¿cómo las vamos a reparar?”.

Pero las causas del ‘madresolterismo’ no solo se encuentran en la guerra, en la falta de educación o en la pobreza, sino también en el alto índice de mujeres que tienen hijos antes de cumplir los 18 años. Según estadísticas del DANE, casi el 20% de las adolescentes en el país han estado alguna vez embarazadas y, de estas, la tercera parte nunca ha estado en unión. Este tipo de embarazos es más común en las clases bajas que en las clases altas, así que para estas jóvenes existe una precondición de pobreza que solo perpetúa el ciclo de dificultad: con un hijo de por medio será casi imposible que terminen sus estudios y obtengan un trabajo digno, pero en cambio será fácil que se estigmatice su papel dentro de la sociedad y que escaseen sus oportunidades cuando quieran establecerse en pareja. Para Salazar, sin embargo, la explicación del fenómeno no se encuentra allí, sino en la “falta de compromiso por parte del varón, la ruptura de familias frágiles, el hecho de que algunas tomen la decisión de ser madres y así realizarse, a pesar de que no tienen una pareja que las acompañe”. Para la directora del DPS, Tatiana Orozco, el ‘madresolterismo’ sí debe ser ligado a este tipo de embarazos, sobre todo si se tiene en cuenta que como país aún creemos que la mujer está atada a la maternidad, y que por ende solo sirve para criar y parir.

Así que respuestas es lo que hay para este fenómeno. Respuestas que nos hacen reflexionar sobre la dura existencia que tiene una mujer que es jefa de hogar en Colombia. Conociendo que la realidad de ellas está circundada por la pobreza, la estigmatización, la falta de educación y la guerra, podemos entender que más que detener el fenómeno del ‘madresolterismo’ hay que detener la desigualdad y la indiferencia. 

Como sociedad debemos pensar en darles oportunidades reales a aquellas mujeres valientes que sostienen la institución de la familia sobre sus hombros, para que el ‘madresolterismo’ sea una decisión personal y no una extensión de la penuria; un movimiento progresista, y no uno que protagonice el estancamiento de las generaciones por venir. Queda, entonces, en nuestras manos.

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